Salí desde Madrid a las una de la madrugada en vuelo directo a Santiago, el avión se elevo sobre los ocho mil metros tomando dirección a América. El piloto paresia esforzarse por no ser atrapado por los rallos del sol probocando de este modo una de las noches mas largas que he pasado en mi vida. Aunque pasaba el tiempo las horas no, viajábamos en contra de este, cada paralelo que alcanzábamos nos devolvía el tiempo gastado y así la noche se alargo a unas diecisiete horas. hacíamos cualquier cosa para distraernos. Finalmente el gigante de fuego extendió sus tentáculos luminosos sobre nosotros pero ya estábamos sobrevolando la gran muralla de granito que nos protegería, la cordillera de los Andes, con sus seis mil novecientos y algo de metros de altitud nos resguardaría de la amenaza que nos envolvía, cruzamos la gran frontera y descendimos a Santiago que en ese momento era abrazado por una espesa niebla que reducía la visión a medio metro y nos protegía del gigante de fuego bajando la temperatura a menos tres grados, fue entonces cundo nos dimos cuenta que aquel gigante no era nuestro enemigo, si no un calido amigo.

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